La sabiduría del trauma (II): el trauma, el sistema y las adicciones
“La primera cuestión no es entender el por qué de la adicción, sino el por qué del dolor” - Gabor Maté
Lo más importante en la vida plena son el apego y la autenticidad. Estos dos elementos incluyen al otro y a uno mismo. La línea divisoria, si es que la hay realmente —pero este es otro tema—, es sutil. La etapa del desarrollo del apego son nuestros primeros años de vida. De hecho, vivimos tan apegados al principio que nos ‘creamos’ dentro del otro. En este caso, de la otra. El apego es clave porque nos pueda dar la seguridad que necesitamos para, más tarde, ir en busca de la autenticidad sabiendo que hay una red de apoyo detrás.
En la segunda etapa, la de autenticidad, los seres humanos necesitamos probar cosas, cambiar y experimentar para encontrar esos elementos que nos hacen ser lo que somos, lo que nos distingue del resto y, lo que al mismo tiempo, nos une. Este proceso es un continuo “ensayo y error”. Lo cual implica necesariamente que nos caeremos muchas veces. Cuando una ve que, si falla, se cae al vacío, deja de intentar descubrir quién es y se queda quieta por el miedo a perder lo que tiene. O sea, caemos en la parálisis. Y en esa parálisis es prácticamente imposible descubrir y disfrutar de esa autenticidad (que todos tenemos, por cierto).
Cuando estas dos necesidades básicas de la realización personal no se pueden alcanzar —por la razón que sea, aunque la razón importa— las personas necesitamos algo que nos permita vivir. O más bien, sobrevivir. Sobrevivir porque el individuo habrá de aprender a vivir sin conexión con el otro ni consigo mismo, en un estado de estrés crónico. Y aquí es donde entran las adicciones como forma de evasión. La energía deja de ir hacia dentro y se empieza a dirigir hacia elementos externos. Hasta el punto en el que lo que hay dentro depende única y exclusivamente de lo que hay fuera. Sea esto una droga, las compras, una relación de dependencia absoluta… Lo que sea. Cualquier elemento externo es susceptible de ser adictivo si la persona que se relaciona con el elemento tiene carencias afectivas relevantes.
El trauma es natural en una sociedad como la nuestra. No me gusta tirar de clichés, pero nos falta conexión con la naturaleza, nos falta contacto, tanto físico como emocional, con el otro —especialmente con nuestros padres cuando somos pequeños, pero también después—, nos falta comida de calidad e incentivos sanos. Todo eso no está, y si está es para los que se lo pueden permitir. El foco está tan perdido, que nacer en un ambiente con falta de apego y autenticidad, se convierte en una doble barrera. Se necesitan recursos (y no solo dinero, sino energía y tiempo):
Para descubrir qué es lo que nos viene bien y nos da lo que necesitamos.
Para proporcionarnos esas cosas a nosotras mismas.
De alguna manera lo básico se ha convertido en un lujo y lo prescindible se ha convertido en aquello a lo que se tiene acceso de una manera más sencilla. Como pollos sin cabeza, vamos. Por eso es tan importante para mí el concepto de “yo no elegí nacer”. Y especialmente, el yo no elegí nacer ni aquí, ni así.
¿Y por qué el propio sistema alimentaría el trauma? Porque el sistema vive del consumo, de las adicciones y de la falta de consciencia. A este sistema —sobre todo económico, pero también social— no le viene bien que haya muchas personas que no necesiten estar ‘a la moda’ o el último iPhone para sentirse valorada. No le viene bien que la gente se lo sepa pasar bien en un parque con malabares y unos cuantos juegos. ¿Qué pasa con los bares… y con las discotecas? ¿Qué pasaría con INDITEX si la gente dejara de querer comprar ropa compulsivamente?
Nos curamos en comunidad. Quizás no el hueso que te rompiste al tropezarte en la escalera, pero sí la sensación de abandono y soledad, que son las que suelen llevar a las personas con problemática adictiva a acabar de caer en el bucle. La falta de sensación de comunidad es un problema grave, en muchos sentidos. Probablemente, Manolo el del 5º no sea tu persona favorita del mundo, pero tener que lidiar con él para ciertas cuestiones puede que nos ayude a acostumbrarnos a tratar con personas que piensan diferente a nosotros, a ver necesidades que están muy lejos de las nuestras.
Empecé a trabajar como voluntaria en ONGs y servicios sociales porque quería mejorar mi empatía. La empatía, como el resto de cosas en la vida, se entrena. Todo es práctica, y la falta de práctica en esto es un problema bastante serio. Sin embargo, las redes sociales, la configuración de las ciudades y los espacios de ocio… Todo está diseñado de manera que, cada vez, las cámaras de eco sean más y más grandes. Cuanto más grandes sean nuestras cámaras de eco, y cuanto menos espacio haya para ‘lo diferente’, menos sensación de comunidad hay, más solos nos sentimos, y más carne de adicciones somos.
El sistema tiende a separar la mente del cuerpo y al individuo del ambiente en el que se mueve, pero el entorno tiene mucha más importancia de la que queremos creer. No elegimos las dificultades a las que nos vamos a enfrentar en la vida, como tampoco elegimos donde nacimos ni los padres que nos tocaron. Esto no es una justificación necesariamente de nada. Por mucho que a mí me tocara un ambiente x o z, al final del día, me hago responsable de mí misma, hasta donde puedo, e intento mejorar. Pero ser consciente de que cada ser humano tiene todo un universo que yo jamás llegaré a entender es una observación que, al menos para mí, tiene consecuencias en cómo vivo mi vida, cómo me trato a mí y cómo trato a los demás.
¿Y para vosotros, tiene consecuencias?